Cochabamba, 09 de agosto (Opinión).- Juan de Dios Viscarra Organivea era un niño travieso, alegre, impetuoso e inquieto que amaba dibujar y hacer manualidades. Hace cuatro meses, dos adolescentes del colegio en el que estudiaba, en Sipe Sipe, lo empujaron y rodó por las gradas fracturándose la cabeza y las costillas.
Desde entonces, la vida de la familia de Juan de Dios se transformó en una pesadilla. Hoy, el niño no va al colegio. Está postrado en una silla de ruedas, no habla, aunque lo intenta, tiene daño psicomotriz, pérdida de visión por daños en las córneas, obstrucción del nervio óptico y, según un certificado de Neurología, un 13 por ciento de daño cerebral que podría ser permanente.
Su familia se niega a aceptar ese diagnóstico y lo ha vendido casi todo para lograr la rehabilitación del pequeño. La madre, Rosa Organivea, aceptó una entrevista con OPINIÓN para que padres, profesores, directores de colegios y estudiantes tomen en serio la lucha contra el bullying o el acoso escolar.
Organivea relata que tuvo a Juan de Dios, de 12 años y a Jorge de 11, con un hombre del que se separó hace cuatro años y que hoy vive en España, indiferente a la tragedia de su hijo. Ambos niños fueron diagnosticados con Trastorno de Hiperactividad y Déficit Atencional (TDAH) y Síndrome X Frágil (SXF) que se refiere a que no pueden estar quietos, son impulsivos, tienen dificultades en el aprendizaje por su falta de concentración y maduran más tarde que otros niños de su edad. No es algo que ellos puedan controlar, aunque algunos medicamentos les ayudan.
Por esas características, Juan de Dios y Jorge sufrían bullying. “Juan siempre volvía con algo roto. Su mochila, sus cuadernos, su estuche, su ropa. Tenía una profesora muy buena que lo defendía y si ella no iba, él tampoco quería ir a clases. Inventaba dolores de estómago”.
Casi a fines de marzo, un adolescente pateó a Jorge en el recreo. “Juan me avisó, fui al colegio, hablé con el muchacho, me quejé en la dirección y la abuela de él se comprometió a que ya no lo molestaría”, recuerda Rosa.
Sin embargo, el 30 de marzo, mientras los profesores estaban en reunión y los estudiantes en el recreo, dos adolescentes de 15 y 16 años, de cursos superiores, abordaron a Juan de Dios y le reclamaron porqué fue a contarle todo a su madre.
“Juan trató de huir de ellos, pero le dieron una patada con tanta fuerza que mi hijo rodó por las gradas, se fracturó el cráneo y las costillas. Jorge vino corriendo a la casa a avisarme. Fui al colegio, llevamos a mi hijo a la posta y de allí lo derivaron al hospital pediátrico Germán Urquidi”.
Los médicos le dijeron que tenía un traumatismo craneal grave, que se reventó una vena por el golpe y se le formó un aneurisma en el cerebro.
Juan de Dios fue operado y estuvo en terapia intensiva durante dos semanas. “No sabíamos si iba a despertar. Viví la angustia más grande de mi vida”. Cuando al fin despertó, fueron apareciendo las secuelas. El diagnóstico fue sombrío.
Juan de Dios, siempre tan inquieto, aún no puede caminar solo. La fisioterapeuta logró que se parara unos instantes, pero todavía no camina. “Quiere hablar pero le salen ruidos, ríe, llora, me mira y ha ido perdiendo la vista. Eso lo asusta y grita. Descubrieron un daño en las córneas y obstrucción en el nervio óptico”, cuenta Rosa, que no ha perdido la esperanza ni la fe en que su hijo pueda recuperarse.
A la semana del atentado, ella denunció lo ocurrido en la Defensoría de la Niñez y la Fiscalía de Sipe Sipe. “Me ayudaron en todo, procesaron a los agresores de mi hijo y los enviaron al centro de Infractores Cometa”. Pero muchos vecinos le dieron al espalda a esta familia. Culparon a Juan de Dios porque “no es un niño normal por el TDAH” e incluso en algunas tiendas se negaban a venderles productos. “Tuvimos que mudarnos a otro municipio. La gente no entiende el TDAH”. La cuenta hospitalaria era inmensa, pero la Gobernación ayudó a una rebaja importante y terminaron pagando 38 mil bolivianos por la atención y la compleja cirugía.
Empero, Rosa ha tenido que dejar de trabajar para cuidar de Juan de Dios. “Ha progresado. Ya me avisa cuando quiere ir al baño, tiene que aprenderlo todo de nuevo. Toma líquido con bombilla”.
El abogado de la familia intenta conseguir que los padres de los agresores brinden una pensión mensual a Juan de Dios. Con la ayuda de Entel, el niño fue operado ayer en La Paz. Le trasplantaron las córneas y le liberaron el nervio óptico obstruido. Esperan que recupere la visión. Pero Juan de Dios requiere fisioterapias, cuidado constante y controles médicos constantes. Rosa pide ayuda porque ya no tiene dinero. Le abrieron una cuenta solidaria en el Banco Ganadero 1310224710, para que puedan ayudarla con cualquier aporte. “El bullying es peligroso. Si no es frenado a tiempo, por todos, puede causar tanto daño como le han hecho a mi hijo. Por favor, enseñemos a nuestros hijos a respetar las diferencias”, pidió Rosa.
es el acoso físico o psicológico al que someten estudiantes, de forma continuada, a un compañero. Es hostigamiento, “matonaje escolar”.