En el intrincado ajedrez del fútbol nacional, donde cada movimiento puede ser interpretado como una jugada de poder o una concesión estratégica, la reciente desafectación de cuatro jugadores de Bolívar para los amistosos internacionales en Asia plantea interrogantes que trascienden lo meramente deportivo. Carlos Lampe, Robson Matheus, Ervin Vaca y Carlos Melgar no viajaron con la selección boliviana para enfrentar a Corea del Sur y Japón entre el 14 y el 18 de noviembre, debido a su participación en el clásico paceño contra The Strongest, programado para el mismo día del viaje de la delegación nacional. Esta decisión, tomada por el club, se inscribe dentro de los márgenes reglamentarios establecidos por la FIFA, que estipula que la cesión de jugadores es obligatoria únicamente a partir del inicio oficial de la ventana internacional.
Resulta, sin embargo, desconcertante que la consecuencia inmediata haya sido la exclusión definitiva de estos futbolistas, sin contemplar alternativas conciliadoras ni valorar el contexto competitivo local. La determinación del cuerpo técnico, de hacer un itinerario diferente y que estos deportistas viajen el lunes y lleguen con un día de retraso a la sede del primer partido amistoso, es como cerrar filas en torno a una interpretación rígida del compromiso institucional; podría ser vista —desde una óptica más reflexiva— como una reacción desproporcionada frente a una omisión que no vulneró ninguna normativa. En este sentido, la analogía con el derecho consuetudinario resulta pertinente: no toda falta de cortesía constituye una infracción, y no toda omisión merece sanción.
El fútbol, como fenómeno social, exige una lectura más holística de sus dinámicas. La relación entre clubes y selecciones debería estar regida por un principio de reciprocidad y entendimiento mutuo, no por pulsiones de revanchismo ni por la tentación de establecer precedentes punitivos. Bolívar, al priorizar un partido de alta relevancia local, actuó conforme a sus intereses deportivos sin transgredir el marco legal. La desafectación de sus jugadores, en cambio, parece responder a una lógica de escarmiento que, lejos de fortalecer la institucionalidad de la selección, podría erosionar los vínculos de cooperación que tanto se necesitan en el ecosistema futbolístico boliviano.
En última instancia, lo que está en juego no es la presencia de cuatro nombres en una lista, sino la capacidad del fútbol nacional de construir una cultura de diálogo y respeto entre sus actores. La exclusión de Lampe, Matheus, Vaca y Melgar debería invitar a una introspección serena, no a una polarización innecesaria. Como en la diplomacia, donde los gestos pesan tanto como los tratados, en el fútbol también es posible —y deseable— encontrar caminos intermedios que reconozcan las legítimas prioridades de los clubes sin menoscabar el proyecto colectivo de la selección. La madurez institucional se mide, entre otras cosas, por la capacidad de evitar que los desacuerdos se conviertan en rupturas.
En una reciente emisión del programa Máquina Deportes, el periodista Iván Tito sostuvo una conversación con el abogado Víctor Hugo Pérez que ha generado inquietud en los círculos más reflexivos del fútbol boliviano. En dicho intercambio, se deslizó la posibilidad de que los cuatro jugadores de Bolívar (Lampe, Matheus, Vaca y Melgar) podrían ser pasibles a sanciones de una magnitud insospechada: desde una suspensión de hasta un año, pasando por multas pecuniarias, hasta un perjuicio profesional que podría comprometer seriamente sus trayectorias deportivas. Esta hipótesis, aunque aún no formalizada, fue planteada con una vehemencia que contrasta con la serenidad que exige el análisis jurídico de los hechos.
Lo que resulta particularmente desconcertante es que tales sanciones se estarían considerando en un contexto donde no se ha vulnerado ninguna disposición normativa de la FIFA. La cesión de jugadores a selecciones nacionales está regulada por un calendario internacional que Bolívar respetó escrupulosamente, permitiendo que sus futbolistas se incorporaran a la selección dentro del plazo estipulado. Pretender sancionar a los jugadores por una decisión institucional que se ajusta al reglamento equivale, en términos jurídicos, a castigar la legalidad por no someterse a la voluntad interpretativa de un tercero. Es una paradoja que recuerda a los excesos del derecho penal simbólico, donde la sanción busca ejemplarizar más que reparar.
En este escenario, la posible amenaza de una sanción desproporcionada no solo vulnera el principio de legalidad, sino que también proyecta una sombra sobre la relación entre la Federación Boliviana de Fútbol y los clubes. Si se llegara a concretar una medida de tal severidad, estaríamos ante un precedente que podría erosionar la confianza institucional y fomentar una cultura de confrontación en lugar de cooperación. Bolívar, como entidad deportiva, y sus jugadores, como profesionales, merecen un trato que reconozca la legitimidad de sus decisiones y que no los convierta en chivos expiatorios de una pugna que debería resolverse con diálogo, no con sanciones ejemplarizadoras.
Para que una eventual sanción contra los cuatro jugadores de Bolívar se materialice, bastaría —según lo expuesto en dicho programa-, con la denuncia formal de un club afiliado e incluso de un solo dirigente con vínculo oficial dentro de la estructura de la División Profesional, lo que revela una preocupante fragilidad institucional donde la mera voluntad de actores internos podría activar mecanismos disciplinarios de alto impacto sin que medie una transgresión normativa clara.
Al final del día, cuando se apague el eco de los estadios asiáticos y se disuelvan las luces de los amistosos, será la selección boliviana la que cargue con el peso de las decisiones tomadas en nombre del rigor. Porque en este tablero de pasiones y reglamentos, donde el orgullo a veces eclipsa la prudencia, se corre el riesgo de confundir autoridad con intransigencia. Ojalá que la factura que se pague por esta encrucijada no sea demasiado alta, ni en goles ni en confianza, y que el fútbol —ese lenguaje que debería unirnos— no se vea otra vez atrapado en los silencios de lo que pudo ser y no fue.
///



