Noviembre 02, 2025 -HC-

Educación ética como fundamento de la convivencia y la paz


Domingo 2 de Noviembre de 2025, 10:30am




En un mundo saturado de conflictos, guerras y discursos que cultivan el odio, la educación ética ya no es un lujo moral, sino una necesidad apremiante. Vivimos una época donde la técnica ha superado a la sabiduría y donde el poder de decidir sobre la vida humana se ejerce sin conciencia. Por eso, la tarea más esencial del siglo XXI no es únicamente enseñar a pensar, sino enseñar a pensar éticamente.

Immanuel Kant, en uno de sus ensayos fundamentales, Hacia la paz perpetua, advertía que la paz verdadera no puede ser un estado natural, sino el resultado de una voluntad racional orientada por principios morales universales. La paz, explicó, no se construye con tratados ni equilibrios de poder, sino con ciudadanos que actúan desde el deber moral, reconociendo en el otro a un “ser digno” y no a un medio para sus fines. En esa visión, la ética se convierte en la raíz de la convivencia civilizada: sin moralidad o una actitud ética acendrada en la voluntad, no hay república posible, sino solamente un impulso de supervivencia, en medio de intereses egoístas.

Fernando Savater, desde otra perspectiva más cercana y pedagógica, en el libro Ética para Amador, nos recuerda que vivir éticamente es aprender a convivir sin destruirnos. La libertad humana, si no se educa, degenera en capricho y, asimismo, la convivencia, sin reflexión, se transforma en una lucha de egos. Savater enseña que la ética no es un sermón, sino un ejercicio de “inteligencia práctica”, una manera de decidir con responsabilidad qué clase de persona queremos ser. Educar éticamente, entonces, es formar seres capaces de pensar por sí mismos y, al mismo tiempo, de reconocer la libertad de los demás.

Kant y Savater coinciden, cada uno a su modo, en que la convivencia humana es el “laboratorio de la moral”. Allí donde los individuos aprenden a respetarse, a dialogar y a ponerse límites por convicción, no por miedo, surge la posibilidad de una paz duradera y efectivamente humana. Sin educación ética, el progreso se convierte en amenaza, la política en manipulación traicionera y la tecnología en un arma destructiva e inútil.

Por lo tanto, en estos tiempos de violencia y fragmentación, la educación ética no puede reducirse a una materia escolar, sino que debe ser un “proyecto de civilización”. Educar éticamente significa recordar que el otro no es un enemigo, sino el “espejo que nos humaniza”. Como el rostro sonriente de los niños que nos invita siempre a amarlos, apreciarlos y estar felices de encontrarlos a lo largo de nuestro camino por la vida. En palabras de Savater, “la ética nos enseña a vivir juntos sin devorarnos” y, en palabras de Kant, solo cuando actuamos por respeto a la ley moral, podemos aspirar a una paz perpetua.

La supervivencia de la humanidad depende, más que nunca, de ese pequeño milagro que significa “formar conciencias”, capaces de convivir éticamente, uno al lado de los otros. Ahora bien, frente a la muerte, la destrucción y la guerra que trae serias consecuencias para los más débiles, no podemos negar que salta a la vista la imposibilidad emocional de una paz sin justicia.

Es fundamental decir que vale la pena aspirar a una paz perpetua, aun sabiendo que conseguirla es un ideal frágil, porque sin un horizonte moral la humanidad se condena a repetir cualquier forma de barbarie. Kant lo sabía y es por eso que afirmó que la paz no es el resultado natural de la historia, sino una dura y amarga tarea de esfuerzos racionales y morales que debemos imponernos para superar el caos de las pasiones más depravadas. Sin embargo, ¿cómo hablar de paz a quienes han sufrido genocidios, desplazamientos o el horror de ver morir a sus hijos bajo bombas, tortura y abuso sin límites? Bosnia, Siria, Sudán y Gaza son heridas abiertas del siglo XXI, lugares donde la palabra “perpetua”, parece una burla cruel. Incluso en medio del rencor más legítimo, la educación ética se convierte en el único camino para no perpetuar el ciclo del odio. No se trata de olvidar, sino de transformar la memoria en sabiduría, de aprender de la injusticia sin copiar sus métodos más inhumanos.

Las víctimas, con toda razón, podrían decir que la paz perpetua es una ilusión de los filósofos que nunca vieron una masacre. Pero esa ilusión —esa utopía moral, como diría el filósofo polaco Leszek Kolakowski— es lo que impide que la humanidad caiga del todo en la desesperación y la destrucción absoluta. En el libro El hombre sin alternativa, Kolakowski advierte que cuando renunciamos a los ideales morales por considerarlos ingenuos, perdemos también nuestra brújula espiritual y nos volvemos cínicos o violentos. Un mundo sin alternativa ética se hunde en la indiferencia y en la resignación ante el mal. El mal debe ser enfrentado y combatido. Por eso, insistir en la paz y la educación ética para alcanzarla, no es ingenuidad, sino resistencia moral frente a la brutalidad. La paz perpetua vale la pena, precisamente porque parece imposible, ya que es el límite que nos obliga a seguir siendo humanos.

El gran desafío consiste en reconciliar el dolor con la razón moral. Ni el perdón puede imponerse, ni la justicia puede ser una venganza. Kolakowski sugiere que el hombre moderno ha perdido su centro, su vínculo con el sentido del bien, y por eso elige entre doctrinas que solo prometen poder o supervivencia. Recuperar la educación ética, a la luz de Kant, Savater y Kolakowski, es volver a proponer una alternativa moral frente al nihilismo. En tiempos de barbarie tecnológica y guerras interminables, la paz perpetua no es un destino, sino una forma de pensar y de educar que nos recuerda que el otro —aun el enemigo— sigue siendo un ser humano. Solo así, la humanidad podría empezar a sanar sus heridas más profundas. Sanar y avanzar éticamente es viable y exigible, sobre todo para los niños y los jóvenes

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