Bolivia atraviesa una crisis multidimensional que ya no admite paños fríos ni discursos evasivos. Aunque algunos indicadores macroeconómicos muestran señales de recuperación tras la aprobación de la Ley 1503, la escasez de dólares, la inflación creciente y la falta de carburantes evidencian una fragilidad estructural alimentada por años de inacción en el sector hidrocarburífero, un bloqueo político que impide la llegada de inversión extranjera y un déficit privado de divisas que supera los 4.500 millones de dólares. A esta coyuntura crítica se suman el contrabando, la especulación y un déficit fiscal persistente, factores que comprometen aún más la estabilidad del modelo económico. En este contexto, emerge la figura de Eduardo del Castillo con una propuesta clara: encarar la crisis con medidas de fondo, exigiendo funcionalidad al Estado, responsabilidad política y una visión de país que supere el cortoplacismo y reactive el aparato productivo nacional. Eduardo no está haciendo campaña; está ofreciendo soluciones concretas en un momento en el que la necesidad es urgente. No está pensando en votos, está pensando en las familias bolivianas. Lo que propone es institucional, viable y urgente. Es una respuesta inmediata a problemas que ya no pueden esperar. No se trata de atacar, sino de exigir que se gobierne con responsabilidad.
Bolivia vive una crisis provocada por una extrema politización que ya no admite paños fríos ni dilaciones. Si bien las Reservas Internacionales Netas se están recuperando paulatinamente y algunos indicadores macroeconómicos muestran señales favorables tras la entrada en vigencia de la Ley 1503, la coyuntura exige soluciones inmediatas. La escasez de dólares, el repunte inflacionario y la falta de carburantes responden, en gran medida, a tres factores estructurales: la ausencia de exploración hidrocarburífera durante el gobierno de Evo Morales, el bloqueo político que impide el ingreso de inversiones y créditos internacionales, y el déficit de divisas del sector privado, que asciende a 4.500 millones de dólares.
A esta situación se suman fenómenos agravantes como el contrabando a la inversa, el agio y la especulación. El déficit fiscal, por su parte, parece haberse instalado como una norma estructural del modelo económico vigente.
En este contexto, destaca la figura de Eduardo del Castillo, quien plantea soluciones estructurales desde la austeridad pública y la reorientación del control hacia las cadenas productivas nacionales.
Del Castillo ha señalado con claridad lo que muchos callan: el país no puede seguir esperando. La crisis ya no es una posibilidad futura, es una realidad que golpea con fuerza a las familias bolivianas. Su llamado a que el presidente Luis Arce asuma decisiones inmediatas no es una ruptura con la institucionalidad, sino una advertencia honesta: la demora en actuar puede derivar en una espiral de inestabilidad económica y política de consecuencias incalculables.
Coraje para decir lo evidente
En un escenario donde muchos actores políticos se dedican a calcular beneficios partidarios, Del Castillo ha optado por asumir un rol distinto: el de un candidato que prioriza el país por encima de su campaña. Al exigir que el Banco Central de Bolivia deje de actuar como una traba burocrática y se convierta en una herramienta efectiva para aliviar la crisis, está tocando un tema tabú que hasta ahora pocos se han atrevido a abordar con franqueza: la desconexión entre las decisiones técnicas y la urgencia social.
La propuesta de inyectar al menos mil millones de dólares al sistema económico a través de una gestión más audaz de las reservas internacionales no es una solución mágica, pero sí una respuesta concreta en tiempos de emergencia. Del Castillo no está planteando desmantelar la institucionalidad del BCB, sino exigir que ésta responda al mandato constitucional de preservar la estabilidad y el bienestar económico de la nación. Porque cuando el pueblo sufre por la falta de combustible, la especulación del dólar o la parálisis del aparato productivo, la pasividad no es neutral: es cómplice del deterioro.
Medidas de contención necesarias, aunque no suficientes
Las tres estrategias delineadas por el gobierno –emisión de bonos colateralizados, colocación anticipada de activos y uso de facultades del BCB– pueden ser vistas como un intento desesperado de ganar tiempo. Sin embargo, Del Castillo propone ir más allá: convertir esa ventana de respiro en el punto de partida de un viraje estructural. Lejos de celebrar estas medidas como logros, las reconoce como lo que son: parches urgentes ante un incendio que amenaza con devorar el modelo económico boliviano.
Apoyarlas, por tanto, no implica resignarse a la lógica del corto plazo. Implica asumir con responsabilidad que, sin oxígeno financiero, cualquier reforma estructural será inviable. Aquí es donde su liderazgo se diferencia: no cae en la retórica del todo o nada, sino que propone una visión gradualista, anclada en la realidad concreta pero orientada a un horizonte transformador.
La necesidad de un nuevo pacto económico
Del Castillo ha comprendido una verdad incómoda: Bolivia ya no puede sostener su economía en el extractivismo del gas o los minerales. Lo que hoy se necesita es una refundación económica que supere el viejo esquema rentista y abra paso a un modelo productivo, inclusivo y sustentable. Pero para llegar allí se requiere atravesar el desierto de la crisis actual con inteligencia, firmeza y compromiso ético.
Por eso, su insistencia en coordinar con todos los actores –incluyendo al sistema financiero, las empresas públicas y el sector privado– apunta a reconstruir la confianza institucional, un bien que se ha deteriorado peligrosamente. En lugar de culpar al pasado o esconder la cabeza frente al colapso, Del Castillo interpela al Estado desde adentro: le exige funcionalidad, le exige eficiencia, le exige resultados.
Un liderazgo emergente con vocación de Estado
En tiempos de confusión política, Del Castillo representa una nueva generación de liderazgo: crítica pero no destructiva, audaz pero no irresponsable, propositiva sin caer en el populismo. Su paso por el Ministerio de Gobierno le permitió conocer los engranajes reales del Estado y sus límites. Ahora, como candidato, traduce esa experiencia en propuestas concretas que buscan evitar el desmoronamiento de la economía y recuperar la gobernabilidad.
No hay espacio para la ingenuidad: salir de esta crisis requerirá sacrificios, disciplina y consensos. Pero también requiere de líderes que no se escuden en tecnicismos ni deleguen la urgencia al mañana. Bolivia necesita voces que digan las verdades incómodas y propongan caminos posibles. Del Castillo lo ha hecho.
Conclusión: entre la supervivencia y el renacimiento
Bolivia está ante una encrucijada histórica. Las medidas actuales no resuelven la raíz del problema, pero pueden permitir que el país gane tiempo para pensar su futuro. En ese margen de maniobra, el liderazgo político será decisivo. Si quienes están en el poder hoy no actúan, la historia no los absolverá. Pero si la nueva generación de líderes, como Eduardo Del Castillo, logra asumir el desafío con honestidad, valentía y visión, entonces esta crisis puede ser no el fin de un ciclo, sino el inicio de una transformación largamente postergada.
Apoyar a Del Castillo no es sólo respaldar a un candidato; es apostar por una forma de hacer política que combina el coraje de actuar con la inteligencia de proyectar. Frente al abismo, no basta con frenar la caída: hay que construir un nuevo camino. Y ese camino, hoy, empieza por tomar decisiones.
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