Un año antes de las Elecciones Generales, un analista advirtió, con la naturalidad de quien observa a la sociedad sin filtros, que Santa Cruz enfrentaba el desafío de asumir que venía un relevo de elites regionales. Sostenía que la cruceñidad clandestina, profunda y de la otredad; de cunumis, provincianos y migrantes andinos, sería el rostro de la nueva Santa Cruz.
La declaración desató la furia en esteroides de una elite en decadencia que, para evitar que el postulado se instalara en la agenda pública, censuró a sus propios intelectuales y prohibió toda reflexión para imponer una falacia lógica: “Nos dijeron cunumis”.
Esa misma elite decadente, que entiende la reivindicación de su indigeneidad como insulto y rompe espejos para no tener que confrontar su verdadera raíz étnica, todavía imagina a Santa Cruz como un proyecto de descendencia europeísta y cree que su destino manifiesto es “cruceñizar” Bolivia a su imagen y semejanza.
Lo del llamado a etnocidio aimara no fue un traspié de J.P. Velasco ni lo de “masca-cocas hediondos” el dislate de un diputado suplente o el exabrupto de otro Doctor Muerte. Es el inclaudicable reclamo identitario de Carlos Valverde, cuando planteo lo de “raza maldita”, y el de Gabriela Oviedo en 2004, cuando siendo Miss Bolivia dijo que "en Santa Cruz no hay collas sino altos, blancos que hablan inglés.”
La ignorancia de hacendados acaudalados, sin más razón de orgullo que su palurdo color, travistió la reivindicación de lo rural en insulto y la pobreza intelectual de sus elites subsidiarias en occidente se convirtió en resuello.
Y la profecía se cumplió como vaticinio de profeta lapidado: A diferencia de sus elites, la Santa Cruz cunumi, los migrantes andinos, la nueva ruralidad votaron celebrando y saludando su etnicidad. El indio, el colla y el cunumi, descubrieron que el evismo, el MAS, fueron un pretexto para reavivar el eterno odio al ancestro indio y se dieron la mano para exorcizar esa cruceñización del país con hedor a limpieza étnica.
El analista respondió al sicariato mediático, a la declaratoria de persona non grata del grupo de poder cruceño con el más mortal de los recursos del discurso – el silencio. Un año más tarde, la concejala promotora de la cacería de brujas al profeta cae procesada por corrupción y Santa Cruz lame las heridas de una derrota nacional catastrófica con premonición a derrota subnacional.
Bolivia es una poesía sublime a esa Nación Clandestina que antes irrumpía en plaza Murillo como masa y hoy emerge como voto, no siempre para elegir, sino para evitar que se encaramen de nuevo en el poder viejos actores y viejos prejuicios de la política tradicional mientras que Santa Cruz se alista a cumplir su profecía: dar a luz a la nueva plebeyidad.
////



