Noviembre 11, 2025 -HC-

Cuando las lágrimas y la lluvia anuncian un nuevo ciclo para Bolivia


Domingo 9 de Noviembre de 2025, 7:30am






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Dicen que los países también lloran. Y que a veces lo hacen en público, como si ese nudo colectivo en la garganta necesitara romperse para volver a respirar. Así ocurrió hoy cuando Rodrigo Paz y Edmand Lara se pusieron de pie para jurar y asumir la conducción de Bolivia. Hubo lágrimas. Lágrimas que no son debilidad, sino emoción y esperanza mezcladas en una misma tutuma.

Este no es un cambio de nombres, sino el inicio de algo más íntimo, como lo reflejaron los discursos de ambos mandatarios: el regreso a nosotros mismos. A la posibilidad de mirarnos sin odio, sin fanatismos, sin las taras que arrastramos como si fueran nuestro destino. Bolivia parece decirnos: basta de obsesiones, basta de ideologías fracasadas que secaron la idea misma de libertad. Es hora de reconciliarnos, de reconstruir, de volver a estar de pie.

Los nuevos dignatarios hablaron de “reformar el Estado, no la Patria”.  Una frase que cae como campanazo necesario o como el tic tac de un reloj que vuelve a funcionar. La Patria somos nosotros. El Estado es la herramienta que puede servirnos o hundirnos.  Y esta vez, como repitieron una y otra vez, la responsabilidad y la libertad deben caminar juntas, como dos guías que se turnan la luz.

El país necesita que volvamos a vestir nuestro propio uniforme, refería el nuevo Vice. No uno fiado, no uno impuesto. El uniforme del obrero que madruga, del profesional que no se rinde, de la ama de casa que sostiene hogares enteros, del estudiante que sueña, del productor que alimenta, del empresario que arriesga, del indígena y del campesino que defienden su tierra. Como nuestra selección de fútbol, cuando sale a la cancha: distintos orígenes, distintas historias, pero una sola camiseta. Un solo escudo. Un solo corazón que late al ritmo del himno nacional. Como esa camiseta, esta tarea requiere que todos entremos a la cancha, a sudarla.

En medio de la ceremonia, cuando el clarín tocó ese silencio hondo que solo suena en días históricos, muchos hemos recordado a los próceres: hombres y mujeres que sudaron, que sangraron, que lloraron para que Bolivia existiera. Hoy, dos siglos después, el mandato es otro, pero no menos fuerte: continuar el legado con trabajo, con unidad, con una justicia nueva, una economía nueva, una política nueva, una educación capaz de mirar al futuro con tecnología, turismo y respeto por la tierra.

Ya basta de idealizar o denigrar. De edulcorar lo malo, lo ilícito, lo injusto. De convertir la política en religión fanática donde los líderes son dioses intocables. Ya es hora de ser realistas, objetivos, con pensamiento crítico. De reconocer nuestras caídas, nuestro barro, pero no para revolcarnos en él con masoquismo estéril, sino para aprender y levantarnos más fuertes.

La lluvia acompañó la jornada. No cayó solo como agua fría, sino como gotas que limpian, que renuevan. Como si la naturaleza decidiera bañar un país fatigado y prepararlo para un tiempo distinto, más limpio. Y lo necesitamos. Pues, conducir Bolivia nunca es fácil, menos aún después del desastre que dejó el viejo “proceso de cambio”. Pero acá estamos: un país entero que intenta levantarse del fango, no para quedarse lamentando, sino para aprender y comenzar la reconstrucción, urgente.

Y en medio de los discursos, hubo uno que quedó vibrando en las paredes del hemiciclo y en los pechos de la gente: “!Viva Bolivia, carajo!, vociferó Paz. Con ese grito que es mitad rabia y mitad amor. En ese carajo, había toda la complejidad de lo que somos: un país imperfecto, contradictorio, herido, pero también obstinado, resiliente, capaz de levantarse una y otra vez.

Que este nuevo ciclo no convierta a nuestros gobernantes en bustos de bronce. A Bolivia no le sirven estatuas. Le sirven seres humanos que piensen, sientan y hagan. Le sirve un pueblo capaz de volverse alado, sin límites para la libertad.

“¡Viva Bolivia, carajo!”

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