Decía la extraordinaria escritora Emily Dickinson (Massachusetts, Estados Unidos) que solemos ignorar nuestra verdadera estatura – entiéndase reputación personal - hasta que nos ponemos de pie. Solo en ese específico momento, cuando se deja la protección de las sombras y se camina de frente y dando la cara, recién se conocerá la “verdadera estatura” de una persona. Es evidente que muchos de nuestros políticos criollos, sino son la totalidad, no podrían dar la talla en moralidad y ética y mucho menos como personajes inspiradores para la sociedad. O mucho menos, salir de sus cavernas para enfrentar los lapidarios rayos del sol.
Es innegable que el poder y el dinero van de la mano. El debate gira en torno a cuál conduce a qué, y viceversa. Y cabría preguntarse, también, si el poder y el dinero, cuando se estrechan las manos, conducen a tres vicios mundanos: fiesta con mucho alcohol, prostitución y objetos de lujo groseros.
Algo sucede en la cabeza de estos políticos, empresarios o personas corrientes que cuando logran cerrar el vínculo entre el dinero y el poder, resbalan en esta chapuza primitiva por su profundo carácter mundano.
Son tremendamente inteligentes para bosquejar verdaderas ingenierías de corruptelas, para encontrar las brechas por dónde meterse para lucrar de manera ilegal, de saber beneficiarse de esas fisuras que nadie más las ve, para embolsillarse dinero ajeno; son habilísimos para armar tramoyas, cotas y sostener estas delgadas telarañas en la oscuridad en busca de una impunidad efímera, sin darse cuenta que siendo arañas – ciegas en su ética y grandes visionarios, al mismo tiempo, para sus corruptelas -, terminan tropezando en sus chapuzas, francamente, risibles.
Corruptelas que no aguantan ni una pequeñísima luz de vela, pero que son verdaderos conglomerados irregulares que, a más de uno, lo dejan pasmado.
Cómo se entiende esta combinación de estupidez y, al mismo tiempo, de intelecto para armar tramas inverosímiles por su osadía y que, a nadie, en su vida ordinaria, podría ocurrírsele. El caso de los ítems fantasmas, por ejemplo, en el municipio cruceño fue un negociado de una persona que olisqueó la brecha en la administración pública y tejió su red. Al final, cayó, como muchos corruptos, por denuncias de sus propias esposas dolidas por la vida dispendiosa de sus maridos millonarios de la noche a la mañana, o por infidelidades en costosas fiestas.
O cómo una alta autoridad en el gobierno de los Kirchner, fue grabado por cámaras de vigilancia de vecinos, literalmente, arrojando maletines y mochilas hinchadas de dólares, al interior de un convento, a medianoche, para que las “hermanas” procedan con guardar los ilícitos en sus claustros, gracias al pago de comisiones. Un acto burdo que dejó entrever una red de corrupción descomunal.
O, por ejemplo, que, gracias a un chofer de un taxi bonaerense, que fue contratado por otra alta autoridad argentina – para evitarse la fatiga de manejar -, para que lo lleve y traiga de reuniones de recaudación de dineros turbios para el expresidente Nestor Kirchner. Este sencillo personaje, tuvo en su infinita sabiduría básica, registrar en una bitácora – más de 12 cuadernos de colegio –todos los viajes “administrativos” y que después entregó a un periodista para su denuncia pública, para el shock de todo un país.
O cómo un funcionario de PDVSA entregó una propina de miles de euros a un mesero en un restaurante exclusivo en Europa, acompañado de damas de compañía, desconociendo que estaba cometiendo un acto ilegal por lo que fue denunciado de inmediato por el administrador del establecimiento, destapándose toda una tramoya de corrupción dentro de la petrolera venezolana.
Fiestas, sexo y corrupción. Una combinación que se da con tanta frecuencia que ya parecen conceptos inseparables. O Usted, amable lector, ¿no recuerda que a un militar le robaron la medalla presidencial por irse a un prostíbulo de El Alto? O incluso tomarse fotografías en un yate en Miami rodeado de mujeres, todo pagado con recursos públicos. Departamentos usados como bulines para cerrar grandes negocios o acceder a jugosas comisiones, brindando con tragos carísimos, rodeado de mujeres instrumentalizadas por estos corruptos de turno.
Otro epítome de este matrimonio espurio es, quizás, la lista de Jeffrey Epstein - un magnate financiero y delincuente sexual estadounidense, conocido por sus estrechos vínculos con figuras influyentes del mundo político y empresarial -, y su red de prostitución con menores de edad, de la que no se libraron desde príncipes, hasta el actual presidente norteamericano Donald Trump, denunciado por su examigo Elon Musk. Todos debidamente chantajeados por haber sido grabados y filmados en fiestas grotescas.
O la guardia privada del tirano brutalmente asesinado Gadafi que, bajo su tiranía en Libia, creó una guardia pretoriana de mujeres soldado, que terminaron sus días violadas y apaleadas brutalmente por este infame personaje.
La lista es casi infinita. Ahora es la primera autoridad de España, Pedro Sánchez que está siendo denunciado por “celebrar” victorias políticas con – como ellos mismos lo calificaron en grabaciones de audio – “volquete de putas” para el disfrute de los corruptos de turno. El llamado “caso Koldo”.
El escándalo es tan mayúsculo, que fueron las propias meretrices españolas que salieron a marchar para protestar de manera pública por el doble rasero del PSOE, que, por un lado, dizque promueven un modelo abolicionista para regular sus actividades, pero al mismo tiempo, altos dirigentes del gobierno sanchista, las contactan para tener sexo.
Sin irnos tan lejos, el exmandatario Evo Morales y su casa en la zona sur de La Paz, después de su fuga a México, donde se hallaron varias docenas de botellas de ron y whisky para celebrar sus “fiestas privadas” y que ahora está siendo investigado por la justicia boliviana por pedofilia y trata y tráfico de personas. Caso que también se le abrió en Argentina, mientras estuvo prófugo.
De nuevo, la triada: corrupción, fiestas y prostitutas.
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