Abril 19, 2024 [G]:

Una isla que se desprende


Jueves 15 de Julio de 2021, 4:30pm






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Es fácil opinar sobre los conflictos en Cuba con el estómago lleno, repetir como loros “¡imperio! ¡bloqueo!”, como si aquello fuese la única verdad más allá de toda duda. Cada vez que una protesta social cobra fuerza en cualquier país de América, tenemos que aguantar hasta la náusea, la perorata de analistas, políticos y dirigentes que salen a opinar con arrogancia y sin argumentos, demostrando estar sumergidos hasta el cuello en las aguas de la estupidez y la ignorancia.

Hay que estar ciegos para no ver que, desde hace mucho tiempo, nuestros países han sido secuestrados por castas políticas, corruptas e incompetentes, que solo responden a los intereses de pequeños grupos, pasa en Bolivia, pasa en Brasil, pasa en Venezuela, y claro, pasa en Cuba.

Pero, lo de Cuba supera cualquier límite imaginable, y no me refiero a los acontecimientos recientes, sino a los sesenta y dos años en los que el régimen castrista ha sometido a su población, beneficiando solo a sus partidarios mientras el resto tiene que arreglárselas para sobrevivir.

No voy a analizar datos estadísticos sobre sus niveles de pobreza, ni la manera en la que se ha aislado a la población negándole el acceso libre a internet, ni la angustia de padres y madres que disponen de veinte dólares mensuales para alimentar y dotar de agua a su familia, no. Es seguro que más de uno reprochará esta anotación, ¿qué puedo decir yo de una realidad que desconozco?, ¿de un país al que nunca he ido? Pues, creo que puedo decir algunas cosas, y lo haré desde dos voces cuyas experiencias reflejan el auge de la tiranía cubana.

En el primer capítulo de La llamada de la tribu (2018), Mario Vargas Llosa habla de sus años de juventud y de lo que significó, para él, el socialismo y la revolución cubana. Probablemente, muchos desconozcan que Vargas Llosa fue miembro del Partido Comunista cuando ingresó a la universidad, que luego de muchas lecturas, influenciado por Mariátegui, Marx y Lenin, entre otros, se convirtió en socialista. Esta búsqueda intelectual se matizó con otras lecturas entre las que resaltan como Camus y Sartre, y fue la revolución cubana lo que reavivó ese sentir socialista a finales de 1958.

El autor peruano relata que la revolución marcó un antes y un después ideológico para toda una generación:

 

Muchos, como yo, vimos en la gesta fidelista no solo una aventura heroica y generosa, de luchadores idealistas que querían acabar con una dictadura corrupta como la de Batista, sino también un socialismo no sectario, que permitía la crítica, la diversidad y hasta la disidencia. (Vargas Llosa: 2018)

 

Aquel encanto duraría buena parte de los años sesenta, hasta que el régimen castrista creó las Unidades Militares de Apoyo a la Producción – UMAP, que no fueron otra cosa que campos de concentración para contra-revolucionarios, homosexuales y delincuentes comunes, pero, la ruptura final, se daría cuando el poeta Heberto Padilla, activo participante de la revolución, fue encarcelado por haber hecho una crítica hacia el régimen, los cargos: ser un agente encubierto de la CIA.

Ante el atropello, Vargas Llosa impulsó la redacción de una carta abierta de protesta firmada por escritores de todo el mundo como Jean Paul Sartre, Julio Cortázar y Carlos Fuentes, entre otros, la respuesta de Fidel Castro fue categórica, se acusó a todos de servir al imperialismo y se les prohibió pisar Cuba “por tiempo indefinido e infinito”. Padilla fue torturado durante treinta y ocho días, obligado a acusar a otros escritores y a confesar haber escrito “versos malditos” en una autoincriminación solo comparable con el Santo Oficio de Edad Media, finalmente, el poeta eligió el exilio y falleció lejos de Cuba el año 2.000.

Mucho peor fue lo que le sucedió al escritor Reinaldo Arenas, perseguido y reprimido por su trabajo intelectual, pero, principalmente por su homosexualidad. Arenas fue encarcelado durante varios años, apenas pudo recuperar su libertad, salió al exilio en los Estados Unidos, donde vivió hasta su muerte en 1990.

Reinaldo Arenas escribió todo aquello que otros temieron escribir, historias de una isla cargadas de erotismo, persecución y violencia estatal con matices de humor; una sátira de la vida en Cuba, de su pueblo y de sus gobernantes tiranos. En el exilio, agonizando por el sida, antes de suicidarse con wiski y barbitúricos, el escritor decidió concluir su obra de una manera extraordinaria, en El color del verano (1989), la isla sometida por el régimen opresor, es desprendida del mar por sus habitantes, navegando a la deriva, sus salvadores discuten irreconciliablemente por el rumbo que deben seguir, finalmente, la isla termina hundiéndose en la inmensidad del océano:

 

Esta es la historia de una isla cuyos hijos nunca pudieron encontrar sosiego. Más que una isla parecía un incesante campo de batalla, de intrigas, de atropellos y de sucesivos espantos y de chanchullos sin fin. (…) Esta es la historia de una isla que salía de una guerra para entrar en otra aún más prolongada, que salía de una dictadura para caer en otra más cruel, que salía de un campo de guerra para entrar en un campo de concentración”. (Arenas: 1989)

 

Tanto Mario Vargas Llosa como Reinaldo Arenas, fueron testigos presenciales de aquellos primeros 20 años de régimen dictatorial, en el caso del Nobel de Literatura, la experiencia bastó para alejarse del socialismo de manera definitiva, en el caso de Arenas, la experiencia le costó la vida, pero nos dejó el legado de una obra autobiográfica a la que podemos acercarnos para entender aquellos días aciagos.

La literatura es una trinchera, desde la que el escritor, ejerce su derecho legítimo a disentir y a denunciar cualquier tipo de abuso de poder. Con su máscara de ficcionalidad, puede pasar desapercibida ante muchas miradas y su influencia no está en debate, tampoco la manera en la que varios autores, predijeron -de cierta manera- sociedades distópicas y eventos que hoy parecen materializarse.

Durante estos últimos días, la metáfora del desprendimiento de la isla de Arenas parece tomar forma en el mundo real, nuestro deseo es que, cuando la isla se desprenda, no sea presa de nuevas intrigas y alcance la libertad que se le ha arrebatado desde hace sesenta y dos años.

Nuestra posición siempre será a favor de la libertad, a favor de una sociedad justa, a favor del derecho de disentir sin miedo a que el brazo represor del Estado nos apriete el cuello hasta ahogarnos la voz.

Porque no hay mal que dure cien años ni pueblo que lo resista, viva la isla que hoy intenta romper sus cadenas.

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